17 Y si llamáis Padre al que sin hacer acepción de personas juzga a cada uno según sus obras, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación; 18 sabiendo que habéis sido rescatados de vuestra conducta vana, heredada de vuestros mayores, no con bienes corruptibles, plata u oro, 19 sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha, 20 predestinado ya antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos para vuestro bien; 21 para quienes por medio de él creéis en Dios, que le resucitó de entre los muertos y le glorificó, de modo que vuestra fe y vuestra esperanza se dirijan a Dios.
El fundamento de la liberación del pecado y de la santidad es el sacrificio de Cristo. San Pedro acude a la imagen y al vocabulario de la redención de un esclavo que pasa a ser hombre libre. Es también una alusión al éxodo: tras la inmolación del cordero pascual, Israel fue liberado por Dios de la esclavitud de Egipto (cfr Ex 12,5); pero el precio de este rescate «no se ha calculado en dinero, sino en sangre, pues Cristo murió por nosotros; Él nos ha liberado con su sangre preciosa (...); preciosa porque es la sangre de un cordero inmaculado, porque es la sangre del Hijo de Dios, que nos ha rescatado no sólo de la maldición de la Ley , sino también de la muerte perpetua que implica la impiedad» (S. Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, in 12,6-7). La figura del Cordero aplicada a Jesucristo es un modo expresivo de referirse al sacrificio expiatorio de la cruz y, a la vez, a la inocencia inmaculada del Redentor (cfr Jn 1,29).
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