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El que se ensalce será humillado (Mt 23,1-12)

31º domingo del Tiempo ordinario – A . Evangelio
1 Entonces Jesús habló a las multitudes y a sus discípulos 2 diciendo:
—En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. 3 Haced y cumplid todo cuanto os digan; pero no obréis como ellos, pues dicen pero no hacen. 4 Atan cargas pesadas e insoportables y las echan sobre los hombros de los demás, pero ellos ni con uno de sus dedos quieren moverlas. 5 Hacen todas sus obras para que les vean los hombres. Ensanchan sus filacterias y alargan sus franjas. 6 Anhelan los primeros puestos en los banquetes, los primeros asientos en las sinagogas 7 y que les saluden en las plazas, y que la gente les llame rabbí. 8 Vosotros, al contrario, no os hagáis llamar rabbí, porque sólo uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. 9 No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque sólo uno es vuestro Padre, el celestial. 10 Tampoco os dejéis llamar doctores, porque vuestro doctor es uno sólo: Cristo. 11 Que el mayor entre vosotros sea vuestro servidor. 12 El que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado.
Aquí, como en otros lugares del Nuevo Testamento, no debe verse una condena general de los escribas y fari­seos. De hecho, al final del discurso (v. 34), el Señor habla de escribas que sufrirán los mismos rigores que Él, y en otro lugar (cfr 13,52) da por supuesta la existencia de escribas cristianos que enseñarán los misterios del Reino de los Cielos a los discípulos. Ahora bien, en su conjunto, estamos ante una dura acusación a aquellos escribas y fariseos que en su conducta se guiaban más por aparentar externamente que por vivir de acuerdo con la verdad.
El discurso consta de dos partes: la primera (vv. 1-12) está dirigida al pueblo y a sus discípulos; la segunda —los célebres «ayes» (vv. 13-32)—, a aquellos escribas y fariseos. En ambas es posible descubrir un motivo común: con sus palabras, Cristo no pretende abolir la doctrina de la Ley enseñada por escribas y fariseos (cfr vv. 3 y 23), sino purificarla y llevarla a su plenitud.
En el comienzo (vv. 1-12), se pone en contraste la conducta de escribas y fariseos con la que debe ser la de los maes­tros cristianos. Aquellos «dicen pero no hacen» (v. 3) y apetecen ser los primeros (v. 6); los cristianos debemos servir y humillarnos (vv. 11-12). Jesús lo ejemplifica de una manera concreta (vv. 7-10): rabbí, padre y doctor eran títulos honoríficos que se daban a quienes enseñaban la Ley de Moisés. Cuando Jesús dice a sus discípulos que no acepten estos títulos, está indicando que el cristiano debe buscar el servicio, no el honor. San Agustín lo resumía muy bien en una conocida frase: «Somos rectores y somos también siervos: presidimos, pero si servimos» (S. Agustín, Sermones 340A).

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