Ir al contenido principal

El Dios de Abrahán ha glorificado a su Hijo Jesús (Hch 3,13-15.17-19)

3º domingo de Pascua – B. 1ª lectura

12 Al ver aquello, Pedro dijo al pueblo:

—Israelitas, ¿por qué os admiráis de esto, o por qué nos miráis como si hubiéramos hecho andar a este hombre por nuestro poder o piedad? 13 El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis en presencia de Pilato, cuando éste había decidido soltarle. 14 Vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que os indultaran a un homicida; 15 matasteis al autor de la vida, a quien Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. 
17 Ahora bien, hermanos, sé que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes. 18 Pero Dios cumplió así lo que había anunciado de antemano por boca de todos los profetas: que su Cristo padecería. 19 Arrepentíos, por tanto, y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados.

Comentario a Hechos de los Apóstoles 3,13-19

Tras la curación del cojo que se acaba de narrar, se introduce este segundo discurso de San Pedro. Tiene dos partes: en la primera (vv. 12-16), el Apóstol explica que el milagro se ha realizado en el nombre de Jesús y por la fe en su nombre; en la segunda (vv. 17-26), subraya que en Jesús se cumplen las profecías del Antiguo Testamento y mueve a penitencia a la multitud reunida, responsable también de alguna manera de la muerte de Cristo. Al final (vv. 25-26), Pedro anotará un motivo común en la predicación apostólica (cfr 2,39): la salvación se dirige en primer lugar al pueblo elegido, pero está abierta a todos.

El discurso se refiere a Jesús con términos fáciles de entender por judíos en sentido mesiánico. Se le llama Hijo (v. 13), Cristo (vv. 18.20), y también «profeta» (v. 22). Las expresiones «el Santo» y «el Justo» (v. 14), novedosas aquí, se emplean ya como predicado o título mesiánico de Jesús en otros lugares (7,52; Mc 1,24; Lc 4,34). «Santo» y «Justo» son palabras equivalentes, como lo son también santidad y justicia.

San Pedro (v. 17), como después San Pablo (13,27), habla de la ignorancia de las gentes y de los jefes en la condena a Jesús. Con ello, no hacen sino repetir las palabras de Jesús en la cruz (Lc 23,34). De la misma manera, el gesto del pueblo que se convierte (4,4) evoca el momento en que las gentes se golpeaban el pecho tras la muerte del Señor (Lc 23,48).

Comentarios

Entradas más visitadas de este blog

Habla Señor, que tu siervo escucha (1 S 3,3b-10.19)

2º domingo del Tiempo ordinario – B. 1ª lectura 3b  Samuel estaba acostado en el Santuario del Señor donde estaba el arca de Dios. 4 Entonces el Señor le llamó: —¡Samuel, Samuel! Él respondió: —Aquí estoy. 5 Y corrió hasta Elí y le dijo: —Aquí estoy porque me has llamado. Pero Elí le respondió: —No te he llamado. Vuelve a acostarte. Y fue a acostarse. 6 El Señor lo llamó de nuevo: —¡Samuel! Se levantó, fue hasta Elí y le dijo: —Aquí estoy porque me has llamado. Pero Elí contestó: —No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte 7 —Samuel todavía no reconocía al Señor, pues aún no se le había revelado la palabra del Señor. 8 Volvió a llamar el Señor por tercera vez a Samuel. Él se levantó, fue hasta Elí y le dijo: —Aquí estoy porque me has llamado. Comprendió entonces Elí que era el Señor quien llamaba al joven, 9 y le dijo: —Vuelve a acostarte y si te llaman dirás: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Samuel se fue y se acostó en su aposento. 10 Vino el Señor, se

Pecado y arrepentimiento de David (2 S 12,7-10.13)

11º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura 7 Dijo entonces Natán a David: —Tú eres ese hombre. Así dice el Señor, Dios de Is­rael: «Yo te he ungido como rey de Israel; Yo te he librado de la mano de Saúl; 8 te he entregado la casa de tu señor y he puesto en tu regazo las mujeres de tu señor; te he dado la casa de Israel y de Judá; y, por si fuera poco, voy a añadirte muchas cosas más. 9 ¿Por qué has despreciado al Señor, haciendo lo que más le desagrada? Has matado a espada a Urías, el hitita; has tomado su mujer como esposa tuya y lo has matado con la espada de los amonitas. 10 Por todo esto, por haberme despreciado y haber tomado como esposa la mujer de Urías, el hitita, la espada no se apartará nunca de tu casa». 13 David dijo a Natán: —He pecado contra el Señor. Natán le respondió: —El Señor ya ha perdonado tu pecado. No morirás. En el párrafo anterior a éste, Natán acaba de interpelar a David con una de las parábolas más bellas del Antiguo Testamento provoca

Pasión de Jesucristo, según San Juan (Jn 18,1–19,42)

Viernes Santo – Evangelio 19,25 Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre: —Mujer, aquí tienes a tu hijo. 27 Después le dice al discípulo: —Aquí tienes a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa. 28 Después de esto, como Jesús sabía que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: —Tengo sed. 29 Había por allí un vaso lleno de vinagre. Sujetaron una esponja empapada en el vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. 30 Jesús, cuando probó el vinagre, dijo: —Todo está consumado. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Comentario a Juan 18,1 - 19,42 El Evangelio de Juan presenta la pasión y muerte de Jesús como una glorificación. Con numerosos detalles destaca que en la pasión se realiza la suprema manifestación de Jesús como el Mesías Rey. Así, cuando