17º domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura
1 Así pues, os ruego yo, el prisionero por el Señor,
que viváis una vida digna de la vocación a la que habéis sido llamados, 2 con
toda humildad y mansedumbre, con longanimidad, sobrellevándoos unos a otros con
caridad, 3 continuamente dispuestos a conservar la unidad del Espíritu
con el vínculo de la paz. 4 Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como
habéis sido llamados a una sola esperanza: la de vuestra vocación. 5 Un
solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, 6 un solo Dios y Padre de
todos: el que está sobre todos, por todos y en todos.
La unidad del Cuerpo de
Cristo aparece como la exigencia primordial de cuanto se ha expuesto en la
primera parte de la carta, y requiere humildad y tesón por parte de los
cristianos. La unidad de la
Iglesia —un sólo Cuerpo y un sólo Espíritu (v. 4)— se
fundamenta en que hay un solo Dios, un solo Señor, una sola fe, un solo
Bautismo (vv. 5-6). «El Espíritu Santo, que habita en los creyentes y llena y
gobierna a toda la Iglesia ,
realiza esa admirable reunión de los fieles, y tan estrechamente une a todos
en Cristo, que es el Principio de la unidad de la Iglesia » (Conc. Vaticano
II, Unitatis redintegratio, n. 2).
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