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El Pan de vida (Jn 6,24-35)

18º domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio
24 Cuando la multitud vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún buscando a Jesús. 25 Y al encontrarle en la otra orilla del mar, le preguntaron:
—Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?
26 Jesús les respondió:
—En verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no por haber visto los signos, sino porque habéis comido los panes y os habéis saciado. 27 Obrad no por el alimento que se consume sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre, pues a éste lo confirmó Dios Padre con su sello.
28 Ellos le preguntaron:
—¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?
29 Jesús les respondió:
—Ésta es la obra de Dios: que creáis en quien Él ha enviado.
30 Le dijeron:
—¿Y qué signo haces tú, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué obras realizas tú? 31 Nuestros padres comieron en el desierto el maná, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo.
32 Les respondió Jesús:
—En verdad, en verdad os digo que Moisés no os dio el pan del cielo, sino que mi Padre os da el verdadero pan del cielo. 33 Porque el pan de Dios es el que ha bajado del cielo y da la vida al mundo.
34 —Señor, danos siempre de este pan —le dijeron ellos.
35 Jesús les respondió:
—Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed.
Este discurso de Jesús se abre con una introducción a modo de diálogo entre Él y los judíos, donde se revela cuáles son los bienes mesiánicos que Él trae. Los interlocutores creían que el maná —alimento que diariamente recogían los hebreos en su caminar por el desierto (cfr Ex 16,13ss.)— era símbolo de los bienes que traería el Mesías; por eso piden a Jesús que realice un portento semejante al del maná. Pero no po­dían ni siquiera sospechar que el maná sólo era figura del gran don mesiánico que Dios iba a comunicar a los hombres: su propio Hijo presente en el misterio de la Sagrada Eucaristía. En el diálogo, Jesús intenta conducirles a un acto de fe en Él, para después revelarles abiertamente el misterio de su presencia en la Eucaristía.
«A éste lo confirmó Dios Padre con su sello» (v. 27). Con esta frase alude el Señor a la condición por la que sólo Él, el Hijo del Hombre, puede dar a los hombres los dones mencionados: porque siendo Jesús Dios y hombre, su naturaleza humana es el instrumento por el que actúa la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Santo Tomás de Aquino comenta así esta frase: «Lo que el Hijo del Hombre dará, lo posee en cuanto supera a todos los demás hombres por su singular y eminente plenitud de gracia (...). Cuando un sello se imprime en la cera, ésta recibe toda la forma del sello. Así el Hijo recibió toda la forma del Padre. Y esto de dos modos: uno eterno (generación eterna), del cual no se habla aquí porque el sello y lo sellado son de distinta naturaleza. El otro, que es el que hay que entender aquí, es el misterio de la Encarnación, por el que Dios Padre imprimió en la naturaleza humana el Verbo, que es resplandor y sello de su sustancia, como dice Hebreos (1,3)» (Super Evangelium Ioannis, ad loc.).

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