1 Ahora,
Israel, escucha las leyes y normas que yo os enseño a poner en práctica para
que viváis y para que entrando en la tierra que el Señor, Dios de vuestros
padres, os da, toméis posesión de ella. 2 No añadáis nada a los
mandamientos que os ordeno, ni tampoco omitáis nada de ellos, sino guardad los
preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os prescribo.
6 Observadlas
y llevadlas a la práctica, pues serán vuestra sabiduría y vuestro
discernimiento a los ojos de los pueblos que, al conocer todos estos mandatos,
dirán: «En verdad esa gran nación es un pueblo sabio y juicioso». 7 Porque
¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos, como lo está el
Señor, nuestro Dios, cuantas veces le invocamos? 8 Y ¿qué nación hay
tan grande que tenga unas leyes y normas tan justas, como toda esta ley que hoy
os entrego?
Después de recordar los principales
sucesos del desierto a partir del Sinaí-Horeb, en los que se manifestó la
especialísima providencia del Señor, se subraya la situación de privilegio de
los hebreos al ser elegidos por Dios de entre todos los pueblos, y al poder
acercarse a Él en un grado de intimidad desconocido para los gentiles.
El pasaje constituye un prólogo
anticipado, en el que se exhorta al cumplimiento de la Ley , cuyo cuerpo central
legislativo se dará más adelante (5,1-6,6; 12,1-28,68); tal vez fuera
introducido en una revisión del libro.
El argumento principal para urgir al
cumplimiento de la Ley
es la presencia especial de Dios en medio de su pueblo (vv. 7-8). El tema que
se desarrolla en esos versículos es típicamente sapiencial. Por lo demás, la
misma vida de Israel, configurada por el cumplimiento de la Ley , será la más elocuente
enseñanza para los demás pueblos. También en este tema hay una amplitud de
horizontes, una latente misión universal del pueblo elegido que proyecta su
perspectiva hacia tiempos futuros y tendrá su cumplimiento en la futura
expansión de la Iglesia
entre los pueblos de la tierra.
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