20º domingo del Tiempo
ordinario – B. Evangelio
51 Yo
soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come este pan vivirá
eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
52 Los
judíos se pusieron a discutir entre ellos:
—¿Cómo puede éste
darnos a comer su carne?
53 Jesús
les dijo:
—En verdad, en verdad
os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no
tendréis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. 55 Porque mi
carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que
come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. 57 Igual
que el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquel que me come
vivirá por mí. 58 Éste es el pan que ha bajado del cielo, no como el
que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente.
En esta segunda parte
del discurso, Cristo revela el misterio de la Eucaristía. Sus palabras son de
un realismo tan fuerte que excluyen cualquier interpretación en sentido
figurado. Los oyentes entienden el sentido propio y directo de las palabras de
Jesús (v. 52), pero no creen que tal afirmación pueda ser verdad. De haberlo
entendido en sentido figurado o simbólico no les hubiera causado tan gran
extrañeza ni se hubiera producido la discusión. De aquí también nace la fe de
la Iglesia en que mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y
Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. «El Concilio de Trento
resume la fe católica cuando afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que
lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha
mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo
Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la
substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de
toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia católica
ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación” (DS 1642)» (Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 1376).
Tres veces (cfr vv.
31-32.49.58) compara Jesús el verdadero Pan de Vida, su propio Cuerpo, con el
maná, con el que Dios había alimentado a los hebreos diariamente durante
cuarenta años en el desierto. Así, hace una invitación a alimentar frecuentemente
nuestra alma con el manjar de su Cuerpo: «De la comparación del Pan de los
Ángeles con el pan y con el maná fácilmente podían los discípulos deducir que,
así como el cuerpo se alimenta de pan diariamente, y cada día eran recreados
los hebreos con el maná en el desierto, del mismo modo el alma cristiana podría
diariamente comer y regalarse con el Pan del Cielo. A más de que casi todos los
Santos Padres de la Iglesia enseñan que el “pan de cada día”, que se manda
pedir en la oración dominical, no tanto se ha de entender del pan material,
alimento del cuerpo, cuanto de la recepción diaria del Pan Eucarístico» (S. Pío
X, Sacra Tridentina Synodus,
20-XII-1905).
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