21º domingo del Tiempo ordinario – B.
Evangelio
60 Al
oír esto, muchos de sus discípulos dijeron:
—Es dura esta enseñanza, ¿quién puede
escucharla?
61 Jesús,
conociendo en su interior que sus discípulos estaban murmurando de esto, les
dijo:
—¿Esto os escandaliza? 62 Pues,
¿si vierais al Hijo del Hombre subir adonde estaba antes? 63 El
espíritu es el que da vida, la carne no sirve de nada: las palabras que os he
hablado son espíritu y son vida. 64 Sin embargo, hay algunos de
vosotros que no creen.
En efecto, Jesús sabía desde el
principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entregar.
65 Y
añadía:
—Por eso os he dicho que ninguno puede
venir a mí si no se lo ha concedido el Padre.
66 Desde
ese momento muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él.
67 Entonces
Jesús les dijo a los doce:
—¿También vosotros queréis marcharos?
68 Le
respondió Simón Pedro:
—Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes
palabras de vida eterna; 69 nosotros hemos creído y conocido que tú
eres el Santo de Dios.
En estos versículos se pone de
manifiesto la recepción de las palabras del Señor por parte de los discípulos.
Al revelar el misterio eucarístico, Jesucristo exige de ellos la fe en sus
palabras. Su revelación no debe ser recibida de modo carnal, es decir,
atendiendo exclusivamente a lo que aprecian los sentidos, o partiendo de una
visión de las cosas meramente natural, sino como revelación de Dios, que es
«espíritu» y «vida» (v. 63). Como en otras ocasiones (cfr 1,51; 5,20), la
referencia de Jesús a acontecimientos futuros, a la gloria de su resurrección,
sirve para fortalecer la fe de los discípulos, y de todos los creyentes, cuando
vean cumplidas sus palabras (v. 62): «Os lo he dicho ahora antes de que suceda,
para que cuando ocurra creáis» (14,29).
La promesa de la Eucaristía , que había
provocado en aquellos oyentes de Cafarnaún discusiones (6,52) y escándalo (v.
61), acaba produciendo el abandono de muchos que le habían seguido (v. 66).
Jesús había expuesto una verdad maravillosa y salvífica, pero aquellos
discípulos se cerraban a la gracia divina, no estaban dispuestos a aceptar algo
que superaba su mentalidad estrecha. El misterio de la Eucaristía exige un
especial acto de fe. Por eso, ya San Juan Crisóstomo aconsejaba: «Inclinémonos
ante Dios; y no le contradigamos aun cuando lo que Él dice pueda parecer
contrario a nuestra razón y a nuestra inteligencia (...). Observemos esta misma
conducta respecto al misterio [eucarístico], no considerando solamente lo que
cae bajo los sentidos, sino atendiendo a sus palabras. Porque su palabra no
puede engañar» (In Matthaeum 82).
Pedro, en nombre de los Doce, expresa
su fe en las palabras de Jesús porque le reconoce procedente de Dios, de manera
semejante a como en Cesarea de Filipo (cfr Mt 16,13-20; Mc 8,27-30) había
confesado que Jesús era el Mesías. La confesión de Pedro representa al mismo
tiempo la comunión de fe de los que creen en Jesucristo, que encontrarán en la
fe de Pedro y sus sucesores el criterio seguro de discernimiento sobre la
verdad de lo que creen.
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