14 ¿De
qué sirve, hermanos míos, que uno diga tener fe, si no tiene obras? ¿Acaso la
fe podrá salvarle? 15 Si un hermano o una hermana están desnudos y
carecen del sustento cotidiano, 16 y alguno de vosotros les dice:
«Id en paz, calentaos y saciaos», pero no le dais lo necesario para el cuerpo,
¿de qué sirve? 17 Así también la fe, si no va acompañada de obras,
está realmente muerta.
18 Pero
alguno podrá decir: «Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin obras,
y yo por mis obras te mostraré la fe.
Se condensa aquí la idea central: la fe que no se traduce en obras
está muerta (vv. 14-19) y después se aducirá el ejemplo de algunos personajes
bíblicos (vv. 20-26). Cuando Santiago habla de «obras» es claro que no se
refiere a las obras de la Ley
de Moisés.
Con una argumentación cíclica y reiterativa, se afirma que una fe sin
obras no puede salvar. Esta enseñanza se encuentra en perfecta continuidad con la del Maestro : «No todo
el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos; sino el que
hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos» (Mt 7,21). La pregunta
retórica inicial (v. 14) y el ejemplo sencillo y vivo (vv. 15-16), atraen la
atención y predisponen a aceptar la enseñanza básica (v. 17).
El ejemplo de los vv. 15-16 es similar al de 1 Jn: «Si alguno posee
bienes de este mundo y, viendo que su hermano padece necesidad, le cierra su
corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor a Dios?» (3,17). La conclusión es
semejante: «Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con obras y
de verdad» (3,18). San Pablo, por su parte, subraya: «No consiste el Reino de
Dios en hablar sino en hacer» (1 Co 4,20). Las obras dan la medida de la
autenticidad de la vida del cristiano, poniendo en evidencia si su fe y su
caridad son verdaderas: «Así como del movimiento del cuerpo conocemos su vida,
así también conocemos la vida de la fe por las buenas obras. Porque la vida del
cuerpo es el alma, por la cual se mueve y siente, y la vida de la fe, la
caridad (...). Por lo que, resfriándose la caridad, muere la fe, así como muere
el cuerpo apartándose de él el alma» (S. Bernardo, In Octava Paschae, Sermo 2,1).
La doctrina cristiana llama también «fe muerta» (cfr v. 17) a la de
quien está en pecado mortal. «El don de la fe permanece en el que no ha pecado
contra ella (...). Privada de la esperanza y de la caridad, la fe no une
plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo» (Catecismo de la Iglesia Católica ,
n. 1815).
Comentarios
Publicar un comentario