23º domingo del Tiempo ordinario – B.
1ª lectura
4
Decid a los pusilánimes:
«¡Cobrad ánimo, no temáis!
Aquí está vuestro Dios,
llega la venganza, la retribución de Dios.
Él vendrá y os salvará».
5
Entonces se abrirán los ojos de los ciegos
y se destaparán los oídos de los sordos.
6
Entonces el cojo saltará como un ciervo,
y la lengua del mudo gritará de júbilo,
porque manarán aguas en el desierto
y torrentes en la estepa;
7
el páramo se trocará en estanque,
y el secarral en manantiales de aguas;
en las guaridas donde se refugiaban los chacales
habrá cañaverales y juncales
En este pasaje se está cantando el
enaltecimiento de Sión, la ciudad santa. Se presenta una visión de la Jerusalén restaurada con
un lenguaje grandioso que recuerda la renovación anunciada en Is 11 y 12. Dios,
que manifestó su cercanía y protección al pueblo en el éxodo, cuando Israel
salió de Egipto, repetirá sus prodigios en el retorno de los redimidos a Sión.
Les mostrará y allanará su camino de regreso y les acompañará como en una
procesión solemne hacia la morada del Señor (v. 8). Así como en Babilonia había
un «Camino Santo» decorado con esculturas de leones y dragones que conducía
hacia el templo de Marduc, los redimidos tendrán un «Camino Santo» de verdad
que los conducirá hacia la Casa
del Señor en Jerusalén. La alegría y regocijo de los repatriados se reflejará
en la curación repentina de ciegos, sordos y cojos (cfr 29,18-19); es un
anticipo de los tiempos mesiánicos.
Los milagros de Jesús testimonian que
el momento de la verdadera redención anunciado entre sombras en los profetas ha
llegado a su plenitud (cfr Mt 11,2-6). San Justino, mostrando al judío Trifón
que esta profecía se cumple en Cristo, señala: «Fuente de agua viva de parte de
Dios brotó este Cristo en el desierto del conocimiento de Dios, es decir, en la
tierra de las naciones: Él, que, aparecido en vuestro pueblo, curó a los ciegos
de nacimiento según la carne, a los sordos y cojos, haciendo por su sola
palabra que unos saltaran, otros oyeran, otros recobraran la vista; y
resucitando a los muertos y dándoles la vida, por sus obras incitaba a los
hombres a que le reconocieran. (...) Él hacía eso para persuadir a los que
habían de creer en Él que, aun cuando alguno tuviere algún defecto corporal, si
guarda las enseñanzas que por Él nos fueron dadas, le resucitará íntegro en su
segunda venida, y le hará con Él inmortal, incorruptible e impasible» (Dialogus cum Tryphone 69,6).
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