1º domingo de Adviento – C. 1ª lectura
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Mirad que vienen días —oráculo del Señor—, en que cumpliré la buena promesa que
hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. 15 En aquellos días y
en aquel tiempo suscitaré a David un brote justo, que ejerza el derecho y la
justicia en la tierra. 16 En aquellos días Judá será salvada y
Jerusalén habitará en seguridad, y éste será el nombre con que la llamarán: “El
Señor, nuestra Justicia”.
Estos versículos, que faltan en la
versión de los Setenta y pueden haber sido añadidos posteriormente, recogen un
conjunto de anuncios mesiánicos fundados en la inmutabilidad de la promesa del
Señor. El Señor continuará la dinastía de David mediante uno de sus
descendientes (vv. 15-16; cfr 23,5-6; 2 S 7,12-16).
A la luz del Nuevo Testamento se puede
apreciar que en Jesucristo, hijo de David (cfr Mt 1,1), sumo y eterno sacerdote
de la Nueva Alianza
(cfr Hb 8,1-13), han alcanzado su plenitud todas las promesas de restauración
contenidas en esta parte de Jeremías llamada «Libro de la Consolación ». «Fiel es
Dios, que se ha constituido en deudor nuestro, no porque haya recibido nada de
nosotros, sino por lo mucho que nos ha prometido. La promesa incluso le pareció
poco; por eso, quiso obligarse mediante escritura, haciéndonos, por decirlo
así, un documento de sus promesas para que, cuando empezara a cumplir lo que
prometió, viésemos en el escrito el orden sucesivo de su cumplimiento. El
tiempo profético era, como he dicho muchas veces, el del anuncio de las
promesas» (S. Agustín, Enarrationes in
Psalmos 109,1).
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