3º domingo de Adviento – C. 2ª lectura
4 Alegraos
siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. 5 Que vuestra
comprensión sea patente a todos los hombres. El Señor está cerca. 6 No
os preocupéis por nada; al contrario: en toda oración y súplica, presentad a
Dios vuestras peticiones con acción de gracias. 7 Y la paz de Dios
que supera todo entendimiento custodiará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús.
Son admirables estas palabras de San Pablo, si se tiene en cuenta que
cuando escribe la epístola está encadenado y en la cárcel. Para la verdadera
alegría no es obstáculo que las circunstancias en que se desarrolla la
existencia de una persona sean difíciles o dolorosas. «Ésta es la diferencia
entre nosotros y los que no conocen a Dios —dice San Cipriano—: ellos en la
adversidad se quejan y murmuran; a nosotros las cosas adversas no nos apartan
de la virtud ni de la verdadera fe. Por el contrario, éstas se afianzan en el
dolor» (De mortalitate 13).
«El Señor está cerca» (v. 5). El Apóstol recuerda la proximidad del
Señor para fomentar la alegría y animar a la mutua comprensión. Estas palabras
les traerían sin duda el recuerdo de la exclamación Marana tha («Señor, ven») que repetían con frecuencia en las
celebraciones litúrgicas (cfr 1 Co 16,21-24). Frente al ambiente adverso que
pudieran encontrar, los primeros cristianos ponían su esperanza en la venida
del Salvador, Jesucristo. Nosotros, como ellos, tenemos la certeza de que,
mientras aguardamos su venida gloriosa, el Señor también está siempre cerca con
su providencia. No hay, por tanto, motivos de inquietud. Sólo espera que le
hablemos de nuestra situación con confianza, en oración, con la sencillez de un
hijo. La oración se convierte así en un medio eficaz para no perder la paz,
pues, como enseña San Bernardo, «regula los afectos, dirige los actos, corrige
las faltas, compone las costumbres, hermosea y ordena la vida; confiere, en
fin, tanto la ciencia de las cosas divinas como de las humanas (...). Ella
ordena lo que debe hacerse y reflexiona sobre lo hecho, de suerte que nada se
encuentre en el corazón desarreglado o falto de corrección» (De consideratione 1,7).
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