3º domingo del Tiempo ordinario – C.
2ª lectura
12 Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros,
y todos los miembros del cuerpo, aun siendo muchos, son un solo cuerpo, así
también Cristo. 13 Porque todos nosotros, tanto judíos como griegos,
tanto siervos como libres, fuimos bautizados en un mismo Espíritu para formar
un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. 14 Pues
tampoco el cuerpo es un solo miembro, sino muchos. 15 Si el pie
dijera: «Como no soy mano, no soy del cuerpo», no por eso dejaría de ser del
cuerpo. 16 Y si dijera el oído: «Como no soy ojo, no soy del
cuerpo», no por eso dejaría de ser del cuerpo. 17 Si todo el cuerpo
fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuera oído, ¿dónde estaría el
olfato? 18 Ahora bien, Dios dispuso cada uno de los miembros en el
cuerpo como quiso. 19 Si todos fueran un solo miembro, ¿donde
estaría el cuerpo? 20 Ciertamente muchos son los miembros, pero uno
solo el cuerpo. 21 No puede el ojo decir a la mano: «No te
necesito»; ni tampoco la cabeza a los pies: «No os necesito». 22 Más
aún, los miembros del cuerpo que parecen más débiles son más necesarios; 23
y a los miembros del cuerpo que parecen más viles, los rodeamos de mayor
honor, y a los indecorosos los tratamos con mayor decoro; 24 los
miembros decorosos, en cambio, no necesitan más. Dios ha dispuesto el cuerpo
dando mayor honor a lo que carecía de él, 25 para que no haya
división en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocupen por igual unos
de otros. 26 Si un miembro padece, todos los miembros padecen con
él; y si un miembro es honrado, todos los miembros se gozan con él. 27 Vosotros
sois cuerpo de Cristo, y cada uno un miembro de él.
28 Y Dios los dispuso así en la Iglesia : primero
apóstoles, segundo profetas, tercero doctores, luego el poder de obrar
milagros, después el don de curaciones, de asistencia a los necesitados, de gobierno,
de diversidad de lenguas. 29 ¿Son todos apóstoles? ¿O todos
profetas? ¿O todos doctores? ¿O todos tienen poder de obrar milagros? 30 ¿Tienen
todos don de curación? ¿O hablan todos lenguas? ¿O todos tienen don de
interpretación?
De la comparación de la
Iglesia con un cuerpo deduce San Pablo dos características
importantes: la identificación de la
Iglesia con Cristo (v. 12) y el reconocimiento del Espíritu
Santo como principio vital (v. 13). La identificación de la Iglesia con Cristo
transciende el ámbito de la metáfora: «Cristo entero está formado por la cabeza
y el cuerpo, verdad que no dudo que conocéis bien. La cabeza es nuestro mismo
Salvador, que padeció bajo Poncio Pilato y ahora, después que resucitó de entre
los muertos, está sentado a la diestra del Padre. Y su cuerpo es la Iglesia. No esta o
aquella iglesia, sino la que se halla extendida por todo el mundo. Ni es
tampoco solamente la que existe entre los hombres actuales, ya que también
pertenecen a ella los que vivieron antes de nosotros y los que han de existir
después, hasta el fin del mundo. Pues toda la Iglesia , formada por la
reunión de los fieles —porque todos los fieles son miembros de Cristo—, posee a
Cristo por Cabeza, que gobierna su cuerpo desde el Cielo. Y, aunque esta Cabeza
se halle fuera de la vista del cuerpo, sin embargo, está unida por el amor» (S.
Agustín, Enarrationes in Psalmos
56,1).
El principio de la unidad orgánica de la Iglesia es el Espíritu
Santo, que congrega a los fieles en una sociedad y, además, penetra y vivifica
a los miembros, ejerciendo el mismo cometido que el alma en el cuerpo físico:
«Y para que nos renováramos incesantemente en Él (cfr Ef 4,23) nos concedió
participar de su Espíritu, quien, siendo uno solo en la Cabeza y en los miembros,
de tal modo vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve, que su oficio puede ser
comparado por los Santos Padres con la función que ejerce el principio de vida
o alma en el cuerpo humano» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 7).
La unión vital y la mutua acción de unos miembros en otros (v. 26) ha
sido enseñada desde el principio por la Iglesia y confesada en el Credo con la fórmula Comunión
de los Santos. «Esta expresión designa primeramente las “cosas santas” [sancta], y ante todo la Eucaristía , “que
significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un
solo cuerpo en Cristo” (Lumen gentium,
n. 3). Este término designa también la comunión entre las “personas santas” [sancti] en Cristo que ha “muerto por
todos”, de modo que lo que cada uno hace o sufre en y por Cristo da fruto para
todos» (Catecismo de la Iglesia Católica ,
nn. 960 y 961).
«Aspirad a los carismas mejores» (v. 31). Según algunos manuscritos
griegos se puede traducir: «Aspirad a carismas mayores». San Pablo alienta a
sus cristianos a que, dentro de los múltiples dones del Espíritu Santo, valoren
aquellos que son más importantes para el bien de la Iglesia : «El primero y más
imprescindible don es la caridad con la que amamos a Dios sobre todas las cosas
y al prójimo por Él (...). Pues la caridad, como vínculo de perfección y
plenitud de la ley (cfr Col 3,14; Rm 13,10), rige todos los medios de
santificación, los informa y los conduce a su fin. De ahí que la caridad para
con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo
de Cristo» (Conc. Vaticano II, Lumen
gentium, n. 42).
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