12º domingo del Tiempo
ordinario – B. Evangelio
35 Aquel
día, llegada la tarde, les dice:
—Crucemos a la otra
orilla.
36 Y,
despidiendo a la muchedumbre, le llevaron en la barca tal como estaba. Y le
acompañaban otras barcas. 37 Y se levantó una gran tempestad de
viento, y las olas se echaban encima de la barca, hasta el punto de que la
barca ya se inundaba. 38 Él estaba en la popa durmiendo sobre un
cabezal. Entonces le despiertan, y le dicen:
—Maestro, ¿no te importa
que perezcamos?
39 Y,
puesto en pie, increpó al viento y dijo al mar:
—¡Calla, enmudece!
Y se calmó el viento y
sobrevino una gran calma. 40 Entonces les dijo:
—¿Por qué os asustáis?
¿Todavía no tenéis fe?
El mar, en muchos lugares de la Biblia, representa el
lugar de las fuerzas maléficas que sólo Dios puede dominar (cfr. Sal 65,8;
93,4; 107,23-30). Al someterlo con el imperio de su voz como quien domina a los
demonios (v. 39; cfr. 1,25), Jesús se presenta con el poder de Dios.
Las palabras que Jesús les dirige (v. 40; cfr. 5,36) nos
señalan una verdad perenne: la fe vence al miedo; con fe en Jesús no hay nada
que pueda causar tribulación: «Cristiano, en tu nave duerme Cristo:
despiértalo; dará orden a las tempestades para que todo recobre la calma. (...)
Por eso fluctúas: porque Cristo está dormido, es decir, no logras vencer
aquellos deseos que se levantan con el soplo de los que persuaden al mal,
porque tu fe está dormida. ¿Qué significa que tu fe está dormida? Que te
olvidaste de ella. ¿Qué es despertar a Cristo? Despertar la fe, recordar lo que
has creído. Haz memoria pues de tu fe, despierta a Cristo. Tu misma fe dará
órdenes a las olas que te turban y a los vientos de quienes te persuaden al mal
y al instante desaparecerán» (S. Agustín, Sermones
361,7).
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