12º domingo del Tiempo
ordinario – B. 2ª lectura
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Porque el
amor de Cristo nos urge, persuadidos de que si uno murió por todos, en
consecuencia todos murieron. 15 Y murió por todos a fin de que los
que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
16 De manera que desde ahora no conocemos a nadie según la carne; y
si conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no le conocemos así. 17 Por
tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva criatura: lo viejo pasó, ya ha
llegado lo nuevo.
San Pablo ofrece aquí un apretado resumen del contenido de
la Redención: Dios ha reconciliado a los hombres con Él por medio de
Jesucristo, que cargó sobre sí nuestros pecados y murió por todos los hombres.
«Todo lo que el Hijo de Dios obró y enseñó para la reconciliación del mundo, no
lo conocemos solamente por la historia de sus acciones pasadas, sino que lo
sentimos también por la eficacia de lo que él realiza en el presente» (S. León
Magno, Tractatus 63; cfr De passione Domini 12,6). Además, como
explicará poco más adelante, Dios ha constituido a los Apóstoles embajadores de
Cristo para llevar a los hombres la palabra de la reconciliación (v. 19): «La
Iglesia erraría en un aspecto esencial de su ser y faltaría a una función suya
indispensable, si no pronunciara con claridad y firmeza, a tiempo y a
destiempo, la “palabra de reconciliación” y no ofreciera al mundo el don de la
reconciliación. Conviene repetir aquí que la importancia del servicio eclesial
de reconciliación se extiende, más allá de los confines de la Iglesia, a todo
el mundo» (S. Juan Pablo II, Reconciliatio
et paenitentia, n. 23). Éste es el conocimiento que Pablo posee de
Jesucristo, frente al que poseía antes de convertirse, cuando sólo veía a
Cristo «según la carne» (v. 16).
«La caridad de Cristo nos urge» (v. 14). También para
todos los cristianos el amor de Cristo debe ser un poderoso estímulo para
llevar a todas las almas la salvación ganada por Jesucristo. «Nos urge la
caridad de Cristo (cfr 2 Co 5,14) para tomar sobre nuestros hombros una parte
de esa tarea divina de rescatar las almas (...). De ahí el deseo vehemente de
considerarnos corredentores con Cristo, de salvar con Él a todas las almas» (S.
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa,
nn. 120s.).
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